viernes, 12 de febrero de 2010

Días Blancos...Mordiscos blancos...


Días Blancos.



Me gustan los días blancos como este: cuando la niebla, el bochorno y la llovizna débil vuelven el cielo de un monótono rumor blanquecino.

No me importa mojarme.

Despertar en camas ajenas, sábanas revueltas, tempestades... despierta mis sentidos, y, sobre todo, me recuerda porqué sufro insomnio en mi casa.

Olía a romero y a desinfectante cuando iba hacia su calle.
La psicosis social inundaba mi pecho de siemprevivas. De historias.

Yo iba a decir que no tenía tanta importancia... tú me pediste una fotografía más. En esta última tenía que posar de espaldas; querías conseguir que el atardecer me quemase la piel desnuda.

Pero yo estaba demasiado ensimismada fotografiando árboles como para oír que te declarabas.

Dormir en camas ajenas me hace ver que puedo darme algunas treguas.

Tú ibas a darle importancia a todo aquello. Dijiste “lo nuestro”. Yo dije “habla tú primero”.

Nunca me había parecido tan diminuto un gigante...

Rehuías mi mirada, y tus ojos verdeagua brillaron un instante.

Yo no sabía explicarte que esa noche dormiría en otros brazos. Que no tendría para mí, tanta relevancia.

Importancia. Esa es la palabra.

Decidisteis vosotros sin contar con mi opinión, que mi sonrisa cortada por el sol cuando muere por la tarde, era un bonito recuerdo que guardar en vuestras camas. Yo seguía girando y girando con los brazos en cruz mientras reía bajo los árboles, bajo el techo de vuestros cuartos, saltando sobre vuestra cama, con este cielo tan blanco metido dentro del habitáculo.
Metido en mi sonrisa que ustedes catalogasteis de importante.


Me mojo bajo la lluvia.
-No, no traigo paraguas. ¿Acaso no lo ves? ¿Por qué preguntas?- me muestro arisca porque te gustan los gatos. Porque soy como los gatos: os encanta acariciar mi lomo de sirena varada.

-Mañana no puedo venir.- Escondes la cara tras el café y esperas que me invente alguna excusa buena.
Pero mi sonrisa, al atardecer, al amanecer con las persianas echadas, te basta. Os basta.

Eso es todo lo que queréis. ¿Todo?

Calla. La idiotez tiene límites que la lógica no alcanza...


Me gustan los días blancos como este.
Días que me recuerdan que estoy siendo totalmente una dama.
Que estoy planeando en vuelo horizontal hacia todos lados, ampliando rutas una vez soñadas.


Días blancos, que me dejan entrar en un sopor extraño de sábanas, de cambios.
Nunca caí en la rutina barata.
Eso lo tengo claro.

Canto. Actúo. Escribo. Pinto. Dibujo. Toco.
Y contigo, martes y jueves, también hablo.
Los miércoles, viernes y sábados, escucho y todo lo demás.
Los domingos y los lunes, me desato.

Y vuelta a empezar, algo nuevo, algo que aún no haya probado.

Me gustan los días blancos porque pego la frente en el cristal, las gotitas salpican y mojan el auto.
Porque la gente se queja del bochorno y yo me desnudo con facilidad.
Me gustan los días blancos porque todos los detestan.
Porque nadie sabe apreciarlos.
Porque todos actúan raro. Estudian, gimen, padecen, se estresan... yo tengo días libres y miro al cielo blanco.

¿Me ves?
-¿Se me ve bien desde ahí?- Aprieta el click. Salgo. Bonita foto. Sigue intentándolo.

Se ve mi silueta recortada por el cielo monótono, blanco. Parece que sonrío, parece también que estoy llorando.
Él mira la foto, como si fuese más importante porque estoy inerte en ella, y no estoy volando.
Tomo sus manos entre las mías, como ayer las del otro, y como mañana, las de cualquier otro que no pueda obviar mi sonrisa.
El problema es que él le ha dado importancia al hecho de que yo tome sus manos, su cuerpo, conquiste sus sábanas.
Jamás comprenderá porqué me río tanto. Porqué ha muerto el hada verde de mi mirada. Porqué en sus fotos, salgo con los ojos cada vez más negros. Más pesados.
Compara. Hace un año y medio... tenía la mirada más clara.

-Claro que para mí también tiene importancia.- Susurro cuando él lo espera oír.


Pero esa noche, cuando me vaya, saldré descalza al pasillo del hotel, y esperaré allí sentada. La puerta contigua a la mía se abrirá. Se abrirá, y allí habrá otro él. Con la mirada de arriba a abajo, taciturna, repatriada. Yo entraré y él adorará verme descalza, vestida de época, con mi oscura mirada sobre su piel.

Y no importará entonces, ni la edad, ni el estado civil, ni la importancia.
Habrá champán francés. Vino dulce, anís del bueno.
Él romperá terrones sobre los labios de la copa, y yo beberé porque es lo correcto.
Beberé porque tengo que olvidar, que empiezo a darle a todo, en los días blancos de noche mojadas, de príncipes mulatos y canciones robadas... muy poca importancia.

Indiga Leva 4-2-10

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