jueves, 28 de enero de 2010

Cuando Todos Dejaron de Mirar...


[Fotos: mías, copyright!]

Cuando todos dejaron de mirar, entonces sentí miedo.
No un miedo aterrador de los que agitan tu cuerpo, sino uno pasional, de los que te incendian por dentro.
Erróneamente, eché la vista atrás antes de abrir la puerta del derruido colegio.
Era un edificio de otoño; las hojas estrelladas y caducas decoraban el suelo como una alfombra, crujían y se mojaban cuando mis lágrimas empezaron a suicidarse.
Algunos ventanales filtraban blancos rayos de luz que iluminaban con tristeza el pasillo largo.
-¿Estás ahí?- Grité entre gemidos.
Y comencé a correr piso arriba, hacia ninguna y hacia todas partes.
Me perseguía el tiempo perdido.
-Tengo los cabellos de azufre débil, tengo las manos manchadas de mi propia sangre, tengo miedo de morir, tengo miedo de dejarte…- Grité, subiendo aferrada al pasamanos de la escalera serpenteante de caracol.
-Ojos irisados de unicornios hielan mi oxidado cerebro. Me miran furiosos detrás de los diarios… rompen promesas con los dientes negros…- oí un ruido como de parpadeos en el siguiente piso. –Sé que sólo tú puedes comprenderlo…-
Tropecé, me hice daño. Pero ya todo el daño había dejado de ser adormecedor.
-Sé que sólo tú puedes oírme.- Silencio. Grité. -Sé que sólo alguien como tú, ser de urgencia y mirada fija, puede estar mirando desde el alto cielo... ellos han vuelto, ¿lo comprendes, verdad? ¡Han vuelto todos! Con los pies y los grilletes del adiós intermitente sedándome la piel inerte. Y posaban delicados sus besos de hombres en mi espalda... ¡Han vuelto todos! ¿Acaso no vas a espantarles? Estoy huyendo hacia ese lado...- Los murciélagos de mi pelo roían mis ideas. Silencio.

Pero oí de repente un parpadeo. Me incorporé e intenté guiarme hacia el sonido.
-Sé que me estás cuidando... puedo sentir el calor envolvente de tu silencio.- oí como movías la cabeza hacia otro lado. Quizás mirabas a la puerta de esa sala... que mugía con sus goznes quebrados, movida e impulsada por la ira y el viento... con toda esa luz blanca... por fin la vi, me dirigí hacia sus portazos de hojas amarillas y secas que volaban.
La puerta se abrió y se cerró con furia y sé que tú pudiste verme ahí, quieta, parada y erecta como un signo de exclamación, vestida de gasa, floral, lazos, luz, infancia tierna y llanto.
El Hombre del Piano bañaba todo de luz. Encorvado en su corbata roja y azul... con las manos suplicando una nota.
Yo entré soportando el vaivén de la puerta con el costado. Me detuve una eternidad sumergida en su belleza singular...
-Estoy cansada de oír tantos latidos de corazones... estoy intentando incendiarlo todo, pero es que no puedo, me estoy modulando, me hago catatónica en medio de un desierto... y no puedo llorar. -Hablé atropelladamente con la boca llena de rosas que escupía, pétalos que sangraba. -Me he despedido de todos ellos, son los sueños que siempre quise cumplir, y ¡mira! Soy supuesta y biológicamente feliz... ¿o infeliz? Ya no me acuerdo. Me río como una tonta para olvidar que realmente lo soy. Me río demasiado para que no puedas verme mal...-
-Me importa una mierda todo lo que estás contando...- Me interrumpe sepulcral desde su halo y su mundo, sin moverse si quiera, mira el piano.-Vas a morirte pronto.-
Yo me arrodillo rápidamente a escasos centímetros de él. Quise tomar sus manos en mis manos... y librarle de todos sus miedos y melancolías.
-Sí.-
De repente voltea lentamente su cara para apuñalarme con su mirada. Se levantó con esa energía arrolladora y cogió con brío mi mano.
La luz era ensordecedora en la sala de hojas secas y ventanas.
Al coger mi mano tiró de mí con fuerza y me arrastró casi por el suelo hacia la ventana.
-Entonces vamos a morirnos juntos.- y tiró de mi corazón. Frío.
Lo miré de soslayo. Pensé “tú no tienes que morir”, dije: -No, muere diez minutos después de mí.-
-No me hagas pasar por eso.-
-Entonces los dos a la vez.- Tiré de mi mano para que me la devolviera. Él calló con aplomo conmigo a nivel de suelo, abatido. Simulé con la palma recta de la mano un cuchillo que lancé hacia su costado. -Prometo que no te mataré...-

Nos miramos durante mucho tiempo, todo el tiempo que un planeta tarda en aparecer.

-¿Desde cuándo sabes que vas a morir?- Dudas en un suspiro.
-Desde que te conozco...-
-No quiero comprender esa respuesta.-
-Asuntos médicos... llámalos enfermedad.-
-No me importa nada...-
-Lo sé, sólo quieres cuidarme.- Lo interrumpo. -Y apuesto a que te sientes impotente ante tanta maldad...-
-Dame motivos para no volver jamás.-
Pierdo la mirada en la frialdad denunciada de mis manos entre sus manos.
Pierdo la mirada en un bucle del pasado y olas de mar.
-Soy una falacia... el disfraz que alguien se olvidó poner. Soy una muñeca, Jaime, siempre rota porcelana... no quisiera que destrulleras lo bello y puro que hay en ti por exponerlo ante mí... podría ser irreversible... podría ser mortal. Soy un sueño que tuviste una tarde dormido en el hombro que quisiste que era mío... soy quimera de jugos gástricos... melodramática y horrible porque me aprecias como nadie. Porque me escuchas como nadie. Yo podría vanagloriar tu anárquica forma de cuidarme... podría ser parasitaria flor que plantaste... podría releer aquello que escribíamos juntos... podría cantar en tu oído en un parque... mi motivos es que no tengas motivos para huir. Que tengas motivos para quedarte. Para verme morir.-
Tú te incorporaste, quizás cansado de oír estupideces. Sacudiéndote toda mi ternura arrulladora.
-Levántate... levántate Inma,-me tendiste la mano entre luz- echemos a correr.-



24-1-10
IDG


No hay comentarios:

Publicar un comentario