viernes, 18 de marzo de 2011

Él... Apartamento



Ahí están otra vez, llenando un mundo apacible y calmo de dolor de cabeza y terremoto.

-¡¿Cuándo diablos van a parar?!-
-Las obras durarán un periodo mínimo de un año.-
-No podré
soportar tanto... ¿No saben que la gente, en sus casas, tienen sus propios problemas?-

No, obviamente no lo saben.

"Vente a dormir conmigo..." Murmuro debajo de un cojín, tirada a lo largo y ancho del sofá.
Asomo una carita de desesperación extrema por un trocito de mi fuerte que descubro. Arqueo las cejas y pongo expresión de rendimiento.
Tu mano dibuja sonrisas en mi pelo.
Y te tiendes conmigo, porque no te importa llegar tarde al trabajo, o que no sea hora de dormir la siesta.
Lo único que importa ahora es quién se apodera primero del cojí
n; guerra de risas y almohadas.

Ya no hay ruido. Sólo tus suspiros llenan mi cabeza y hacen temblar mi cama. O el sofá, o el suelo, el techo, las paredes, mi cabeza.

Después te vas, o me voy, (qué importa), y empieza la vendeta del mundo.
La ciudad se nos queda pequeña. O grande; no es cuesti
ón de cantidad.
Podría estar mirándote embelesada muchas horas, y quizás mientras, tú también me mirarías. Al cabo de un rato, cuando la vista empieza a nublarse y no comprendes dónde están abajo o arriba, desfiguraría tu car
ita en mi mente para reírme otro rato. Y, probablemente, tú también te reirías.

La vida es un juego de amapolas.
Las damas enfrentadas al árfil más a
lto.
A los jeroglíficos del alma.


Y luego...
Luego, el retrato bucólico y famélico de los que se perdieron en la historia de tus tardes, tiene que sobrevivir. ¿Y por qué él?
Yo también quiero mi porción de eternidad, mi dosis de integridad física de forma digna.

Luego.
Él.
Antes, durante, mediante, después; él.

Acertijo de este amasijo corazón de piedras.
Nadie sin ti hubiera sabido ser un héroe.

Podría aferrarte la cara con las manos y gritarte con ojos de agua: ¡Me has salvado!

Y aún así nunca te darías cuenta...
Sí.

Amor.
Amor dicen los viejos.
Amor.

Otro día más, sumisa ante el aplastante discurrir del tiempo. Encerrada ante la tele, dormitando todo el día.

Pero tú haces que todas las respiraciónes que abarcan un minuto, valgan la pena.
Y luego...
Luego... luego, mi amor... tus besos.

El beso por excelencia, por encima de todas las bocas bivalvas del mundo.
TU beso, es El Beso.

Y yo, cada mañana hastiada del dolor de cabeza, de grúas y excavadoras... sólo quiero eso.

lunes, 1 de noviembre de 2010

El Apartamento



El (mi) Apartamento


Domingo por la mañana, el sol inunda de blanco iluminado todo el cuarto.

Desenrosco mis pies de entre sus pies con sumo cuidado.

Son las siete de la mañana.

Friego los platos quedamente, murmurando una canción que él dejó sonar mientras hacíamos el amor. Ahora me suena diferente.

Sonrío porque me surge natural.

Bebo zumo, para calmar el ansia hambrienta que

remueve mi estómago.

Abro el balcón y la ciudad me sonríe con neblina y olor a mojado. Fumo en la ventana (sí, ahora me estoy enseñando a fumar). El cigarro es desagradable en el piercing de mi labio, fumo de lado.

Y ahí está, como cada mañana ese hermoso anciano llora en el descansillo antes de salir del piso. Tomo mi cámara réflex (preparada como cada mañana), ajusto el objetivo…

[…]

-Voy a hacerte tortitas.-

-Aún estás demasiado dormido…-

-… No me fotografíes ahora…-

-Ssshhh. Duerme, aún es domingo.-

-…Tortitas…- Alarga con insistencia la entonación de la palabra. Me hace reír.

-Luego. Duerme.-

-No… sólo quieres que duer

ma para fotografiarme dormido…-

-Y babeando.-

-Para eso sólo me hace falta mirarte un rato…-

-Ya…claro. Seguro.-

[…]

Él coge la guitarra y me canta “esa canción”, mientras yo muerdo infantil y brutalmente dos tortitas a la vez. Conoce mi hambre voraz por las mañanas, me hace feliz que me comprenda sin necesidad de explicarle cómo soy.

Canto con la boca llena; le encanta.

[…]

-Ha vuelto…-

-¿Y qué es lo que quiere?-

-Eso mismo me dije yo.-

-Eres libre… Haz lo que más te apetezca.- Nos besamos fieramente.

-Lo sé. Y tú igual.-

-Lo sé.-

-¿Y… qué piensas?-

-Que podemos reirnos juntos…-

-Eso estaba pensando.- Guiño de ojos.

-Para eso están los exs.-

-… ¿Qué te apetece hacer hoy?- Sonrisa enorme.

-Esto… Ven aquí.-

[…]

Yo pinto un cuadro al óleo desnuda de cara a la pared. Él coge un pincel mojado de óleo y esencia de trementina y pinta mi espalda.

[…]

Por eso me gusta tanto.

[…]

-Vamos a morir pronto.- Muerdo su cuello.

-No. Moriremos viejos.- Arquea su cuerpo en clave de sol.

-Vas a morir enseguida. Ya

lo verás.- Él reacciona a mis movimientos, yo reacciono a sus reacciones, y así sucesivamente.

-Entonces ven a morir conmigo.-

[…]

Se despide tan dulcemente como siempre. Toma su guitarra, enfundada a la espalda, y parte a sus clases.

-Si sigues con esa lencería no me iré nunca…-

-Eso dicen todos…-

-Todos desean tener a alguien como tú, con una lencería como esa, en una situación como esta.-

-Yo ya he estado con todos los imbéciles del mundo, era la escoria o tú. Tú llegaste tarde, pero te elegí primero.-

-Tonta…-

-Pásalo bien con los poetas. Dales su merecido.-

-Prepara el mechero, yo

les hu

nto la gasolina.-

Sólo podía ser él.

Sólo en nuestro apartamento.

Sólo después de todo. Después de todos. Después, pero ahora. Sólo ahora. Porque previo al camino de asfalto siempre ha de haber un horrible amasijo de piedras.

No importa quien venga luego, si es que ha de venir alguien. Me importa que ahora es él quien me sonríe al irse por la puerta.

Y este momento también es adorable; me quedo

mirando la puerta por la que se marcha y repitiendo en mi cabeza intermitentemente el sonido del portazo. Esto significa echarle de menos: levantarse de la silla una hora después cuando ya no queda más que cenizas de mi cigarro (y yo sigo mirando la maldita puerta).

IDG

30.10.10

viernes, 12 de febrero de 2010

Días Blancos...Mordiscos blancos...


Días Blancos.



Me gustan los días blancos como este: cuando la niebla, el bochorno y la llovizna débil vuelven el cielo de un monótono rumor blanquecino.

No me importa mojarme.

Despertar en camas ajenas, sábanas revueltas, tempestades... despierta mis sentidos, y, sobre todo, me recuerda porqué sufro insomnio en mi casa.

Olía a romero y a desinfectante cuando iba hacia su calle.
La psicosis social inundaba mi pecho de siemprevivas. De historias.

Yo iba a decir que no tenía tanta importancia... tú me pediste una fotografía más. En esta última tenía que posar de espaldas; querías conseguir que el atardecer me quemase la piel desnuda.

Pero yo estaba demasiado ensimismada fotografiando árboles como para oír que te declarabas.

Dormir en camas ajenas me hace ver que puedo darme algunas treguas.

Tú ibas a darle importancia a todo aquello. Dijiste “lo nuestro”. Yo dije “habla tú primero”.

Nunca me había parecido tan diminuto un gigante...

Rehuías mi mirada, y tus ojos verdeagua brillaron un instante.

Yo no sabía explicarte que esa noche dormiría en otros brazos. Que no tendría para mí, tanta relevancia.

Importancia. Esa es la palabra.

Decidisteis vosotros sin contar con mi opinión, que mi sonrisa cortada por el sol cuando muere por la tarde, era un bonito recuerdo que guardar en vuestras camas. Yo seguía girando y girando con los brazos en cruz mientras reía bajo los árboles, bajo el techo de vuestros cuartos, saltando sobre vuestra cama, con este cielo tan blanco metido dentro del habitáculo.
Metido en mi sonrisa que ustedes catalogasteis de importante.


Me mojo bajo la lluvia.
-No, no traigo paraguas. ¿Acaso no lo ves? ¿Por qué preguntas?- me muestro arisca porque te gustan los gatos. Porque soy como los gatos: os encanta acariciar mi lomo de sirena varada.

-Mañana no puedo venir.- Escondes la cara tras el café y esperas que me invente alguna excusa buena.
Pero mi sonrisa, al atardecer, al amanecer con las persianas echadas, te basta. Os basta.

Eso es todo lo que queréis. ¿Todo?

Calla. La idiotez tiene límites que la lógica no alcanza...


Me gustan los días blancos como este.
Días que me recuerdan que estoy siendo totalmente una dama.
Que estoy planeando en vuelo horizontal hacia todos lados, ampliando rutas una vez soñadas.


Días blancos, que me dejan entrar en un sopor extraño de sábanas, de cambios.
Nunca caí en la rutina barata.
Eso lo tengo claro.

Canto. Actúo. Escribo. Pinto. Dibujo. Toco.
Y contigo, martes y jueves, también hablo.
Los miércoles, viernes y sábados, escucho y todo lo demás.
Los domingos y los lunes, me desato.

Y vuelta a empezar, algo nuevo, algo que aún no haya probado.

Me gustan los días blancos porque pego la frente en el cristal, las gotitas salpican y mojan el auto.
Porque la gente se queja del bochorno y yo me desnudo con facilidad.
Me gustan los días blancos porque todos los detestan.
Porque nadie sabe apreciarlos.
Porque todos actúan raro. Estudian, gimen, padecen, se estresan... yo tengo días libres y miro al cielo blanco.

¿Me ves?
-¿Se me ve bien desde ahí?- Aprieta el click. Salgo. Bonita foto. Sigue intentándolo.

Se ve mi silueta recortada por el cielo monótono, blanco. Parece que sonrío, parece también que estoy llorando.
Él mira la foto, como si fuese más importante porque estoy inerte en ella, y no estoy volando.
Tomo sus manos entre las mías, como ayer las del otro, y como mañana, las de cualquier otro que no pueda obviar mi sonrisa.
El problema es que él le ha dado importancia al hecho de que yo tome sus manos, su cuerpo, conquiste sus sábanas.
Jamás comprenderá porqué me río tanto. Porqué ha muerto el hada verde de mi mirada. Porqué en sus fotos, salgo con los ojos cada vez más negros. Más pesados.
Compara. Hace un año y medio... tenía la mirada más clara.

-Claro que para mí también tiene importancia.- Susurro cuando él lo espera oír.


Pero esa noche, cuando me vaya, saldré descalza al pasillo del hotel, y esperaré allí sentada. La puerta contigua a la mía se abrirá. Se abrirá, y allí habrá otro él. Con la mirada de arriba a abajo, taciturna, repatriada. Yo entraré y él adorará verme descalza, vestida de época, con mi oscura mirada sobre su piel.

Y no importará entonces, ni la edad, ni el estado civil, ni la importancia.
Habrá champán francés. Vino dulce, anís del bueno.
Él romperá terrones sobre los labios de la copa, y yo beberé porque es lo correcto.
Beberé porque tengo que olvidar, que empiezo a darle a todo, en los días blancos de noche mojadas, de príncipes mulatos y canciones robadas... muy poca importancia.

Indiga Leva 4-2-10

jueves, 28 de enero de 2010

Cuando Todos Dejaron de Mirar...


[Fotos: mías, copyright!]

Cuando todos dejaron de mirar, entonces sentí miedo.
No un miedo aterrador de los que agitan tu cuerpo, sino uno pasional, de los que te incendian por dentro.
Erróneamente, eché la vista atrás antes de abrir la puerta del derruido colegio.
Era un edificio de otoño; las hojas estrelladas y caducas decoraban el suelo como una alfombra, crujían y se mojaban cuando mis lágrimas empezaron a suicidarse.
Algunos ventanales filtraban blancos rayos de luz que iluminaban con tristeza el pasillo largo.
-¿Estás ahí?- Grité entre gemidos.
Y comencé a correr piso arriba, hacia ninguna y hacia todas partes.
Me perseguía el tiempo perdido.
-Tengo los cabellos de azufre débil, tengo las manos manchadas de mi propia sangre, tengo miedo de morir, tengo miedo de dejarte…- Grité, subiendo aferrada al pasamanos de la escalera serpenteante de caracol.
-Ojos irisados de unicornios hielan mi oxidado cerebro. Me miran furiosos detrás de los diarios… rompen promesas con los dientes negros…- oí un ruido como de parpadeos en el siguiente piso. –Sé que sólo tú puedes comprenderlo…-
Tropecé, me hice daño. Pero ya todo el daño había dejado de ser adormecedor.
-Sé que sólo tú puedes oírme.- Silencio. Grité. -Sé que sólo alguien como tú, ser de urgencia y mirada fija, puede estar mirando desde el alto cielo... ellos han vuelto, ¿lo comprendes, verdad? ¡Han vuelto todos! Con los pies y los grilletes del adiós intermitente sedándome la piel inerte. Y posaban delicados sus besos de hombres en mi espalda... ¡Han vuelto todos! ¿Acaso no vas a espantarles? Estoy huyendo hacia ese lado...- Los murciélagos de mi pelo roían mis ideas. Silencio.

Pero oí de repente un parpadeo. Me incorporé e intenté guiarme hacia el sonido.
-Sé que me estás cuidando... puedo sentir el calor envolvente de tu silencio.- oí como movías la cabeza hacia otro lado. Quizás mirabas a la puerta de esa sala... que mugía con sus goznes quebrados, movida e impulsada por la ira y el viento... con toda esa luz blanca... por fin la vi, me dirigí hacia sus portazos de hojas amarillas y secas que volaban.
La puerta se abrió y se cerró con furia y sé que tú pudiste verme ahí, quieta, parada y erecta como un signo de exclamación, vestida de gasa, floral, lazos, luz, infancia tierna y llanto.
El Hombre del Piano bañaba todo de luz. Encorvado en su corbata roja y azul... con las manos suplicando una nota.
Yo entré soportando el vaivén de la puerta con el costado. Me detuve una eternidad sumergida en su belleza singular...
-Estoy cansada de oír tantos latidos de corazones... estoy intentando incendiarlo todo, pero es que no puedo, me estoy modulando, me hago catatónica en medio de un desierto... y no puedo llorar. -Hablé atropelladamente con la boca llena de rosas que escupía, pétalos que sangraba. -Me he despedido de todos ellos, son los sueños que siempre quise cumplir, y ¡mira! Soy supuesta y biológicamente feliz... ¿o infeliz? Ya no me acuerdo. Me río como una tonta para olvidar que realmente lo soy. Me río demasiado para que no puedas verme mal...-
-Me importa una mierda todo lo que estás contando...- Me interrumpe sepulcral desde su halo y su mundo, sin moverse si quiera, mira el piano.-Vas a morirte pronto.-
Yo me arrodillo rápidamente a escasos centímetros de él. Quise tomar sus manos en mis manos... y librarle de todos sus miedos y melancolías.
-Sí.-
De repente voltea lentamente su cara para apuñalarme con su mirada. Se levantó con esa energía arrolladora y cogió con brío mi mano.
La luz era ensordecedora en la sala de hojas secas y ventanas.
Al coger mi mano tiró de mí con fuerza y me arrastró casi por el suelo hacia la ventana.
-Entonces vamos a morirnos juntos.- y tiró de mi corazón. Frío.
Lo miré de soslayo. Pensé “tú no tienes que morir”, dije: -No, muere diez minutos después de mí.-
-No me hagas pasar por eso.-
-Entonces los dos a la vez.- Tiré de mi mano para que me la devolviera. Él calló con aplomo conmigo a nivel de suelo, abatido. Simulé con la palma recta de la mano un cuchillo que lancé hacia su costado. -Prometo que no te mataré...-

Nos miramos durante mucho tiempo, todo el tiempo que un planeta tarda en aparecer.

-¿Desde cuándo sabes que vas a morir?- Dudas en un suspiro.
-Desde que te conozco...-
-No quiero comprender esa respuesta.-
-Asuntos médicos... llámalos enfermedad.-
-No me importa nada...-
-Lo sé, sólo quieres cuidarme.- Lo interrumpo. -Y apuesto a que te sientes impotente ante tanta maldad...-
-Dame motivos para no volver jamás.-
Pierdo la mirada en la frialdad denunciada de mis manos entre sus manos.
Pierdo la mirada en un bucle del pasado y olas de mar.
-Soy una falacia... el disfraz que alguien se olvidó poner. Soy una muñeca, Jaime, siempre rota porcelana... no quisiera que destrulleras lo bello y puro que hay en ti por exponerlo ante mí... podría ser irreversible... podría ser mortal. Soy un sueño que tuviste una tarde dormido en el hombro que quisiste que era mío... soy quimera de jugos gástricos... melodramática y horrible porque me aprecias como nadie. Porque me escuchas como nadie. Yo podría vanagloriar tu anárquica forma de cuidarme... podría ser parasitaria flor que plantaste... podría releer aquello que escribíamos juntos... podría cantar en tu oído en un parque... mi motivos es que no tengas motivos para huir. Que tengas motivos para quedarte. Para verme morir.-
Tú te incorporaste, quizás cansado de oír estupideces. Sacudiéndote toda mi ternura arrulladora.
-Levántate... levántate Inma,-me tendiste la mano entre luz- echemos a correr.-



24-1-10
IDG


jueves, 14 de enero de 2010

La mirada de los condenados a muerte...



Claudia, impertérrita como cualquier otra criatura del bosque, como cualquier animal despeluchado, miraba con los ojos entrecerrados hacia ninguna parte, mientras miles de conjeturas, de desvelos, de maldades, la comían por dentro como un cáncer.

De nuevo había probado la piel oscura de aquellos párpados… pero ahora, era incapaz de sentir nada, y aún así mordió.
Había estado con el ángel blanco que lloraba amor… y se había preguntado frente a sus labios, porqué lo había maltratado tanto… porqué no era todo de otra manera, más sencilla.
Se había reencontrado con su diablo interno, el pecado. La miró con deseo mientras ella lo abrazaba y éste le dijo con un beso: “Nunca cambiarás demasiado… para mí siempre serás esa Femme Fatal… vestida de rojo, ese vestido rojo que pusiste sobre el piano… esa mujer de la que todos, en las películas, se enamoran perdidamente, y ella sin compasión, a todos hace sufrir.”
Claudia entreabrió los labios para terminar esa historia: al final, siempre se quedaba sola.

También estuvo con su primer beso. Con el amigo del alma… con el rubio altivo… con el pasado, en fin, comiéndole las despedidas.

¿Se había despedido de todos?
No, nunca podría.

El poeta la miró una vez más. Tomó sus manos mientras ella escribía, le quitó el lápiz de los dedos y dibujó geometrías en su pecho. El poeta la miró, la besó mil veces como hacía mucho tiempo que no lo hacía.
Claudia sintió remordimiento.
Claudia sintió algo que no comprendía.


Ellos no se imaginaban nada. Ella estaba intentado decirles adiós.

Su cuerpo dijo basta. Se derrumbó de pronto un día en el suelo… la lluvia cubría su cara, la lluvia mojaba su cuerpo, se filtraba por las ropas empapadas… se metía en sus ojos blancos abiertos.


Claudia, como siempre: de porcelana.
Indeseable muñeca en brazos de cualquiera… muñeca, frágil… indeseable.

Cuando se siente la muerte tan cerca como el suelo… el recorrido del caer inconsciente es como tocar el cielo con un ala y quemársela luego.


Claudia quedó postrada en medio de la carretera una hora y cuarenta y cinco minutos.
Una hora y cuarenta y cinco minutos entre el cielo y el infierno. Debate sobreseído por falta de pruebas.
¿Quién iba a testificar contra ella?

Se había despedido de todos.

Gritó al despertar… gritó. Lloró, dando bocanadas de asfixia de aire, como un pez. Se postró ante la tormenta y su llanto se disolvió… con la abundante lluvia.

Entonces las aguas embravecidas la volcaron en la certeza de saber… que su hora estaba cerca.
Clavó su silencio, las historias que nunca contó, los secretos que la consumieron, en el fulgor de sus labios, y rompiéndose la voz, gritó.

Claudia era una guitarra partida en dos. En dos mil pedazos de hielo y cuerdas.

Siempre había sido la muñeca de alguien, un útil. Un objeto. Por eso no sentía ni amor ni dolor durante demasiado tiempo. Hoy, era su propia muñeca. Hoy la lluvia filtró su sujetador e inundó el hueco hierático bajo su pecho. Corazón de líquido, corazón de agua, corazón sin fuego.

No era la primera vez que su cuerpo se autodestruía por dentro. Antes ya se había revelado algunas veces contra el titiritero. Antes cuando tenía motivos para quebrarse, cuando no dolía el invierno porque era necesario… cuando empezó a helársele las manos.

Claudia era muy compleja en su sencillez. Conocía caminos inescrutables, lógicas yuxtapuestas, razonamientos de desquiciada libertad, de inusitada permanencia. Era capaz de comprender la plasticidad de las verdades, de las que duelen, de las que nadie sabe. De inocencia y benevolencia laberíntica, Claudia había nacido mujer.

Hoy, amasijo de carne y desperdicio de cuerpo… cae. Cae el gigante. Claudia muere un instante. Luego, camina, cual Lázaro amortajado, pájaro clavado en la cruz, sueño errante. Hoy renace.



Claudia es terrible peón de ajedrez en un tablero de damas.
No encaja, y cae.

Su tiempo limitado, se le acaba, se le acaba… se le regala. Se le prorroga.

Claudia maúlla como los gatos. Ahora, deja el tiempo pasar… y gime por las noches con el cuello quebrado.
Muñeca fantasmal…

Claudia siempre sin nombre… anónima en su portal.


14.1.10
Idg



[Fotos: Google images]

miércoles, 6 de enero de 2010

Pintando cuadros, a cuadros...

Claudia estaba ensimismada con el añil pálido, muy pegada al lienzo, cuando los goznes de la pesada puerta gruñieron.
Unos pasitos diminutos y almohadillados sonaron sobre el piso. Justo a tiempo, cuando Claudia retiró el pincel del lienzo, como si lo supiera, el gatito saltó a su regazo.
Ella lanzó un gritito feliz y sorprendido.
Un rubor tras la puerta.
-¡Oh, Claudia! Vístete, ¿quieres?- Gruñó acalorado Él mirando a la pared.
Claudia, avergonzada, rió y se tapó un poco con el gato peludo entre su regazo mientras alcanzaba un albornoz chino de seda.
-Ya puedes mirar, tonto.- Dijo anudando el lazo rojo.
-¿Qué pintas?-
-Si tienes que preguntarlo, es que no se ve claro.- Murmuró Claudia con un pincel en la boca, desilusionada.
Él la miró, un rápido vistazo, apenas de reojo, para no tener tiempo de mirar los huecos del escote mal cerrado.

-Esto.... Claudia... tienes... tienes óleo en los dientes. Aquí. -Se señaló su propio colmillo.
Ella, distraída, pasó lasciva su lengua limpiando sus dientes.
-¡Que te lo vas a comer!- Dijo él, y se lanzó sobre ella como queriendo arrancarle la lengua de un mordisco.
Tras un segundo incómodo, sólo se oía la risa infantil de Claudia llenando la habitación... cubriendo el ruidoso latir desaforado de él, nervioso.
Ella movió el pincel tan concentrada en el trazo, que sin querer acabó manchándolo a él en el trayecto.
Mil disculpas, un intento de limpiarle con aguarrás, a lo que él corrió por toda la habitación intentando explicarle que estropearía la camisa... el gato corriendo detrás de los dos.

Hasta que se pararon. El uno detrás del otro, los tres chocaron con el cuerpo preceptor.
El gato se quitó el primero.

Ellos dos se miraron, tanto tiempo, tan lento... que habrían parecido dos años.


Entonces, como siempre, como debía de ser, como habían sido desde el primer día todas sus miradas; se separaron como si nada hubiese pasado.

Ella volvió a sentarse en el taburete. Él se quedó embobado mirando.

Ella de espaldas, se volteó apenas un poco, dejando caer de su hombro la manga:
-Gracias por dejarme que me quede. Me iré pronto... cuando haga falta.-
Él negó con el corazón y asintió con la cabeza. Como si quisiera decir "no te vayas", cuando sonó a "vete pronto, tengo que desocupar la sala".
Ambos rieron por lo bajo. Suspiros...que salen del alma.

-Venía a decirte, que si quieres hago la cena. Si vas a quedarte...- Murmura él de reojo, recogiendo al gato con una mano.
-Gracias.- Y le dedica una amplia sonrisa, volviéndose con un rápido movimiento de cuello y pelo. Touché.

Él tiene, aturdido, que marcharse. Ella debería, aturdida, evitar mancharse.

Antes de irse, él sostiene a la puerta (no vaya a caerse) [o quizás la puerta lo sostiene a él (no vaya a derretirse y resbalarse)].
-Oye...¿De qué película copiaste eso de pintar desnuda?- Ella, se voltea, ofendida, saca la lengua y no contesta.

Cuando él ya se ha ido, y está, desde fuera, aún sosteniendo la puerta (no vaya a escucharla de casualidad a ella morirse y no se enterase), ella grita para que él la oiga:
-De "El diario de Noa".-

Y ambos sonríen, sin darse cuenta.
Para luego dar media vuelta, y, de momento, hasta la cena, olvidarse.6.1.10
Rescatando ...un guiño y un beso enorme a esa niña bonita, que sé que se pasa por aquí y me pidió poner esto. (K)

martes, 5 de enero de 2010

Agradecimientos...


Hay personas maravillosas que se han forjado, como la espada, el vidrio delicado, y la jardinería, así mismas con mimado arte, dejándonos deslumbrados en el instante del primer reconocer.

Deslumbrándonos con esa luz que irradian como lucifers, al pasar por nuestro camino.

Hay seres humanos que nos enamorarían, si quisiesen, en sólo un instante.

Y cuando, nos dejan brevemente ser partícipes de su magnificencia, tu mente podría voltearse en vertiginosa pirueta vertical, si nadie más lo viese.
Es alucinógeno ver tanta belleza en alguien, y saber que nadie más estaba mirando en ese mismo instante...
Que la poesía son tatuajes en sus manos...
El conocimiento, perfúmenes que estallan con sus pies.

Hay personas que jamás llegarán a saber cuánto las admiramos, porque no lo quieren saber.
Nos miran con ternura y dicen "no es para tanto".
Y tú, ahí, postrada, pidiendo a gritos que te permita darle un abrazo.
Pero no son dados a los contactos efímeros y humanos piel con piel.
Dueños de su destino, nunca les vereis colgados del brazo de alguna mujer.

Pero cuando aman, son volcánicos y exquisitos, son especies hermosas en peligro de extinción.

Hay personas que son en sí mismas una mina de mineral, de metal noble... diamantes en bruto.

Y nadie, nadie, lo sabe.



No tengo palabras para agradecerte tanto, tanto, tanto...
Siempre estaré aquí, a tu lado, aplaudiendo tus logros, tus logros inconmesurables de Hombre Grande.
Y cuando te mire, y otros estén mirando, verán en mi mirada ese brillo turbio, embelesado, y sabrán entonces de lo que hablo.

Nadie como tú, para darme estos caprichos que me vuelven tan loca...

Y lo demás, que nos lo cuente la Lupe, con su "la vida es puro Teatro".

Te dedico la Gymnophedíe, de Erick Satie. Por cada uno de esos momentos, en los que ambos nos hemos dado cuenta, explotando, de cuantas cosas incomprensibles compartimos.







-Mientras la poesía...
GRACIAS por esto...

Poema de: Federico García Lorca. De: Poeta en Nueva York


*El niÑo Stanton*


Do you like me?
-Yes, and you?
-Yes, yes.

Cuando me quedo solo
me quedan todavía tus diez años,
los tres caballos ciegos,
tus quince rostros con el rostro de la pedrada
y las fiebres pequeñas heladas sobre las hojas del maíz.
Stanton, hijo mío, Stanton.
A las doce de la noche el cáncer salía por los pasillos
y hablaba con los caracoles vacíos de los documentos,
el vivísimo cáncer lleno de nubes y termómetros
con su casto afán de manzana para que lo piquen los ruiseñores.
En la casa donde hay un cáncer
se quiebran las blancas paredes en el delirio de la astronomía
y por los establos más pequeños y en las cruces de los bosques
brilla por muchos años el fulgor de la quemadura.
Mi dolor sangraba por las tardes
cuando tus ojos eran dos muros,
cuando tus manos eran dos países
y mi cuerpo rumor de hierba.
Mi agonía buscaba su traje,
polvorienta. mordida por los perros,
y tú la acompañaste sin temblar
hasta la puerta del agua oscura.
¡Oh mi Stanton, idiota y bello entre los pequeños animalitos,
con tu madre fracturada por los herreros de las aldeas,
con un hermano bajo los arcos,
otro comido por los hormigueros,
y el cáncer sin alambradas latiendo por las habitaciones!
Hay nodrizas que dan a los niños
ríos de musgo y amargura de pie
y algunas negras suben a los pisos para repartir filtro de rata.
Porque es verdad que la gente
quiere echar las palomas a las alcantarillas
y yo sé lo que esperan los que por la calle
nos oprimen de pronto las yemas de los dedos.

Tu ignorancia es un monte de leones. Stanton.
El día que el cáncer te dio una paliza
y te escupió en el dormitorio donde murieron los huéspedes en la epidemia
y abrió su quebrada rosa de vidrios secos y manos blandas
para salpicar de lodo las pupilas de los que navegan,
tú buscaste en la hierba mi agonía,
mi agonía con flores de terror,
mientras que el agrio cáncer mudo que quiere acostarse contigo
pulverizaba rojos paisajes por las sábanas de amargura,
y ponía sobre los ataúdes
helados arbolitos de ácido bórico.
Stanton, vete al bosque con tus arpas judías,
vete para aprender celestiales palabras
que duermen en los troncos, en nubes, en tortugas,
en los perros dormidos, en el plomo, en el viento,
en lirios que no duermen, en aguas que no copian,
para que aprendas, hijo, lo que tu pueblo olvida.

Cuando empiece el tumulto de la guerra
dejaré un pedazo de queso para tu perro en la oficina.
Tus diez años serán las hojas
que vuelan en los trajes de los muertos,
diez rosas de azufre débil
en el hombro de mi madrugada.
Y yo, Stanton, yo solo, en olvido,
con tus caras marchitas sobre mi boca,
iré penetrando a voces las verdes estatuas de la Malaria.