sábado, 26 de diciembre de 2009

Destino, sueño...

Se sentó un momento para descansar los pies cansados, entre tanto caos y festejo.
Todos estaban radiantes, amables con ella, saltarines y cantantes; incluso gente del pasado, venían a saludarle: es decir, estaban todos lo suficientemente borrachos como para que ella pudiese deshacerse de ellos poco a poco sin parecer desagradable.

Sonrió ampliamente, y conforme le iban pidiendo un baile, ella se iba excusando y despidiendo.
Sus párpados ya le habían pedido una tregua entre canción y canción.
Sería el humo, el ambiente cargado, la alergia, el resfriado, las divagaciones, el frío... lo que hacía que su mirada enrojeciese y llorase de vez en cuando.

Ya era temprano.

Se despide con besos, abrazos, sonrisas de "ya te llamaré, nos vemos y quedamos".

Sale del local, se despide de la simpática camarera, que entre rasta y rasta, le abre la puerta con amabilidad. Se piropean mutuamente, y "feliz Navidad".

Ella se tambalea al recibir el impacto cruel del frío de la calle, se empieza a poner más y más ropa cada vez.
Busca torpe y ruidosamente las llaves del coche en su bolso.

Se introduce con velocidad y no poca catástrofe en el vehículo, dejando caer adornos y accesorios, con tal de huir de un borracho que ya la venía molestando durante la noche.

Siente el frío, como el sueño, poseer sus manos cuando introduce la llave, hace contacto, y toman el vibrante volante gris.
Como ensimismada en los efectos del alcohol que no tomó, todo parece ralentizado.
Se pega al volante para acercar la vista lo máximo posible a la luna delantera, debido a la mala visión, los picores y el llorar absurdo de sus ojos cansados.

La música a todo volumen.

El pueblo está desierto; las fiestas ya no son lo que eran.

Se piensa, en un cruce a la izquierda, si conducir a casa o acudir a esa cita que tenía prevista. Mira el reloj; toma dirección a casa.

Empieza a cantar la canción de la radio... tararea... olvida qué cantaba... silencio... presta atención renovada a la letra. Habla de amor. ¿Es que todas las canciones hablan de amor?
Recuerda a esa gente con la que ha estado durante la noche.
Amigos, conocidos, amores del pasado.
Cinco minutos para cada uno, al menos esta noche.
Conversaciones llenas de alegría momentánea, de alcohol, de cariño... melancolía.

Carretera. Velocidad: a falta de sexta, quinta.

Agua en el asfalto.

Pensamiento que la hacen sentir culpable, excluida de algún plan divino del que hasta ahora, siempre había sido partícipe.
Hoy sonrió tanto, que realmente parecía una buena amiga; pero se le acabaron a veces las conversaciones, y tuvo que huir, como siempre, de miradas que un día la enamoraron.

Esa noche no hubo negaciones para nadie, todo fueron perdones y "te he echado de menos".

El vehículo se desliza un poco en acuaplaning.

Aferrada al volante con apenas una yema de un dedo... se nota desfallecer.

Mira de reojo al asiento del copiloto. Y ahí está él. Ella lanza un grito ahogado, lo mira fijamente, y él extiende una mano hacia la luna y señala la carretera con el dedo.
Ella desvía la vista hacia la carretera, y al volverse de nuevo a mirar, el asiento se encuentra vacío.

Al mirar la carretera, se encuentra mucho más avanzada de lo que le parecía.

Se concentra en tararear de nuevo, tamborilear con los dedos en la tapicería, el cambio de marchas, reduce velocidad...

Un ciervo cruza la carretera. Una cierva pasta y la mira atentamente, ella no puede frenar. Cuando los faros deslumbran al pobre animal, y el golpe de la muerte es inevitable... parpadea, y todo desaparece.

Ha vuelto a quedarse dormida un instante al volante.

Vuelve a estar mucho más avanzada la carretera de lo que le parecía.

Nunca había conducido con tanto cansancio, malestar y sueño.

Piensa en la melancolía y lo absurdo de un bonito reencuentro... y se vuelve a quedar dormida.

Peligrosamente cansada, dormita, se despierta, se deja vencer para alarmarse desaforada.

Sería absurdo parar el coche un momento ahora, ya estaba demasiado cerca del camino de vuelta a casa.

Un hombre hace autoestop. Ella nunca se para, pero es Navidad, y bajo esas circunstancias, todo riesgo merece la pena.
Ella reduce, para, lo espera.
El hombre tiene esos ojos grises que ella echaba tanto de menos. El pelo rojizo, la sonrisa plena.
-Te voy a llevar a la alfalfa.- comenta el hombre sin quitarle la vista de encima, señalando cariñosamente la carretera con una mano que ella guardaba como oro en su memoria... la había evocado tanto... aún podía describir su suavidad si quisiese.
Promesas que el pasado, no quiso cumplir.

Ella hubiese llorado... Le hubiese dicho cuánto lo quería como si todo el tiempo del mundo se consumiese en ese momento... se hubiera lanzado a sus brazos para no dejarlo ir nunca más.
Se sentía orgullosa de que él estuviese ahí sentado, que ella condujese ya por fín, y se vio bonita para él.
Ella hubiese confesado tantas y tantas cosas... Pero se acercaba un túnel y tenían que pasar por él.
-Dame la mano.- Pidió ella entre sollozos. -Por favor.-
-No.- dijo él. -El túnel no es para ti.-
Ella lo miró con los ojos que él amaba tanto... esos ojos que hacía muchos muchos años, lo enamoraron. Ella clavó palpitante su pupila en esas pupilas grises que tanto le habían inspirado, y quiso hablar y hablar...contarles como un cuento, qué había hecho todos esos años.
Él sonrió con esa sonrisa verde esperanza, que ella añoraba con daño.

Se iban acercando al túnel, y cuanto la oscuridad más y más se iba acercando, él iba creciendo, y su pelo caoba y negro, se volvió todo cano.
Ella lloró y susurró: -Te quiero, te echo de menos, abuelo.-
Entre arrugas y sonrisas de hacía ocho años, él gritó susurrando: -¡Despierta!-
Y ella despertó por tercera vez, justo a tiempo de evitar el porrazo.








24(25)-12-2009


PD: Gracias por leer,y sobre todo,
Feliiices Fiestas,Carlos :)

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