martes, 5 de enero de 2010

Agradecimientos...


Hay personas maravillosas que se han forjado, como la espada, el vidrio delicado, y la jardinería, así mismas con mimado arte, dejándonos deslumbrados en el instante del primer reconocer.

Deslumbrándonos con esa luz que irradian como lucifers, al pasar por nuestro camino.

Hay seres humanos que nos enamorarían, si quisiesen, en sólo un instante.

Y cuando, nos dejan brevemente ser partícipes de su magnificencia, tu mente podría voltearse en vertiginosa pirueta vertical, si nadie más lo viese.
Es alucinógeno ver tanta belleza en alguien, y saber que nadie más estaba mirando en ese mismo instante...
Que la poesía son tatuajes en sus manos...
El conocimiento, perfúmenes que estallan con sus pies.

Hay personas que jamás llegarán a saber cuánto las admiramos, porque no lo quieren saber.
Nos miran con ternura y dicen "no es para tanto".
Y tú, ahí, postrada, pidiendo a gritos que te permita darle un abrazo.
Pero no son dados a los contactos efímeros y humanos piel con piel.
Dueños de su destino, nunca les vereis colgados del brazo de alguna mujer.

Pero cuando aman, son volcánicos y exquisitos, son especies hermosas en peligro de extinción.

Hay personas que son en sí mismas una mina de mineral, de metal noble... diamantes en bruto.

Y nadie, nadie, lo sabe.



No tengo palabras para agradecerte tanto, tanto, tanto...
Siempre estaré aquí, a tu lado, aplaudiendo tus logros, tus logros inconmesurables de Hombre Grande.
Y cuando te mire, y otros estén mirando, verán en mi mirada ese brillo turbio, embelesado, y sabrán entonces de lo que hablo.

Nadie como tú, para darme estos caprichos que me vuelven tan loca...

Y lo demás, que nos lo cuente la Lupe, con su "la vida es puro Teatro".

Te dedico la Gymnophedíe, de Erick Satie. Por cada uno de esos momentos, en los que ambos nos hemos dado cuenta, explotando, de cuantas cosas incomprensibles compartimos.







-Mientras la poesía...
GRACIAS por esto...

Poema de: Federico García Lorca. De: Poeta en Nueva York


*El niÑo Stanton*


Do you like me?
-Yes, and you?
-Yes, yes.

Cuando me quedo solo
me quedan todavía tus diez años,
los tres caballos ciegos,
tus quince rostros con el rostro de la pedrada
y las fiebres pequeñas heladas sobre las hojas del maíz.
Stanton, hijo mío, Stanton.
A las doce de la noche el cáncer salía por los pasillos
y hablaba con los caracoles vacíos de los documentos,
el vivísimo cáncer lleno de nubes y termómetros
con su casto afán de manzana para que lo piquen los ruiseñores.
En la casa donde hay un cáncer
se quiebran las blancas paredes en el delirio de la astronomía
y por los establos más pequeños y en las cruces de los bosques
brilla por muchos años el fulgor de la quemadura.
Mi dolor sangraba por las tardes
cuando tus ojos eran dos muros,
cuando tus manos eran dos países
y mi cuerpo rumor de hierba.
Mi agonía buscaba su traje,
polvorienta. mordida por los perros,
y tú la acompañaste sin temblar
hasta la puerta del agua oscura.
¡Oh mi Stanton, idiota y bello entre los pequeños animalitos,
con tu madre fracturada por los herreros de las aldeas,
con un hermano bajo los arcos,
otro comido por los hormigueros,
y el cáncer sin alambradas latiendo por las habitaciones!
Hay nodrizas que dan a los niños
ríos de musgo y amargura de pie
y algunas negras suben a los pisos para repartir filtro de rata.
Porque es verdad que la gente
quiere echar las palomas a las alcantarillas
y yo sé lo que esperan los que por la calle
nos oprimen de pronto las yemas de los dedos.

Tu ignorancia es un monte de leones. Stanton.
El día que el cáncer te dio una paliza
y te escupió en el dormitorio donde murieron los huéspedes en la epidemia
y abrió su quebrada rosa de vidrios secos y manos blandas
para salpicar de lodo las pupilas de los que navegan,
tú buscaste en la hierba mi agonía,
mi agonía con flores de terror,
mientras que el agrio cáncer mudo que quiere acostarse contigo
pulverizaba rojos paisajes por las sábanas de amargura,
y ponía sobre los ataúdes
helados arbolitos de ácido bórico.
Stanton, vete al bosque con tus arpas judías,
vete para aprender celestiales palabras
que duermen en los troncos, en nubes, en tortugas,
en los perros dormidos, en el plomo, en el viento,
en lirios que no duermen, en aguas que no copian,
para que aprendas, hijo, lo que tu pueblo olvida.

Cuando empiece el tumulto de la guerra
dejaré un pedazo de queso para tu perro en la oficina.
Tus diez años serán las hojas
que vuelan en los trajes de los muertos,
diez rosas de azufre débil
en el hombro de mi madrugada.
Y yo, Stanton, yo solo, en olvido,
con tus caras marchitas sobre mi boca,
iré penetrando a voces las verdes estatuas de la Malaria.

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