jueves, 14 de enero de 2010

La mirada de los condenados a muerte...



Claudia, impertérrita como cualquier otra criatura del bosque, como cualquier animal despeluchado, miraba con los ojos entrecerrados hacia ninguna parte, mientras miles de conjeturas, de desvelos, de maldades, la comían por dentro como un cáncer.

De nuevo había probado la piel oscura de aquellos párpados… pero ahora, era incapaz de sentir nada, y aún así mordió.
Había estado con el ángel blanco que lloraba amor… y se había preguntado frente a sus labios, porqué lo había maltratado tanto… porqué no era todo de otra manera, más sencilla.
Se había reencontrado con su diablo interno, el pecado. La miró con deseo mientras ella lo abrazaba y éste le dijo con un beso: “Nunca cambiarás demasiado… para mí siempre serás esa Femme Fatal… vestida de rojo, ese vestido rojo que pusiste sobre el piano… esa mujer de la que todos, en las películas, se enamoran perdidamente, y ella sin compasión, a todos hace sufrir.”
Claudia entreabrió los labios para terminar esa historia: al final, siempre se quedaba sola.

También estuvo con su primer beso. Con el amigo del alma… con el rubio altivo… con el pasado, en fin, comiéndole las despedidas.

¿Se había despedido de todos?
No, nunca podría.

El poeta la miró una vez más. Tomó sus manos mientras ella escribía, le quitó el lápiz de los dedos y dibujó geometrías en su pecho. El poeta la miró, la besó mil veces como hacía mucho tiempo que no lo hacía.
Claudia sintió remordimiento.
Claudia sintió algo que no comprendía.


Ellos no se imaginaban nada. Ella estaba intentado decirles adiós.

Su cuerpo dijo basta. Se derrumbó de pronto un día en el suelo… la lluvia cubría su cara, la lluvia mojaba su cuerpo, se filtraba por las ropas empapadas… se metía en sus ojos blancos abiertos.


Claudia, como siempre: de porcelana.
Indeseable muñeca en brazos de cualquiera… muñeca, frágil… indeseable.

Cuando se siente la muerte tan cerca como el suelo… el recorrido del caer inconsciente es como tocar el cielo con un ala y quemársela luego.


Claudia quedó postrada en medio de la carretera una hora y cuarenta y cinco minutos.
Una hora y cuarenta y cinco minutos entre el cielo y el infierno. Debate sobreseído por falta de pruebas.
¿Quién iba a testificar contra ella?

Se había despedido de todos.

Gritó al despertar… gritó. Lloró, dando bocanadas de asfixia de aire, como un pez. Se postró ante la tormenta y su llanto se disolvió… con la abundante lluvia.

Entonces las aguas embravecidas la volcaron en la certeza de saber… que su hora estaba cerca.
Clavó su silencio, las historias que nunca contó, los secretos que la consumieron, en el fulgor de sus labios, y rompiéndose la voz, gritó.

Claudia era una guitarra partida en dos. En dos mil pedazos de hielo y cuerdas.

Siempre había sido la muñeca de alguien, un útil. Un objeto. Por eso no sentía ni amor ni dolor durante demasiado tiempo. Hoy, era su propia muñeca. Hoy la lluvia filtró su sujetador e inundó el hueco hierático bajo su pecho. Corazón de líquido, corazón de agua, corazón sin fuego.

No era la primera vez que su cuerpo se autodestruía por dentro. Antes ya se había revelado algunas veces contra el titiritero. Antes cuando tenía motivos para quebrarse, cuando no dolía el invierno porque era necesario… cuando empezó a helársele las manos.

Claudia era muy compleja en su sencillez. Conocía caminos inescrutables, lógicas yuxtapuestas, razonamientos de desquiciada libertad, de inusitada permanencia. Era capaz de comprender la plasticidad de las verdades, de las que duelen, de las que nadie sabe. De inocencia y benevolencia laberíntica, Claudia había nacido mujer.

Hoy, amasijo de carne y desperdicio de cuerpo… cae. Cae el gigante. Claudia muere un instante. Luego, camina, cual Lázaro amortajado, pájaro clavado en la cruz, sueño errante. Hoy renace.



Claudia es terrible peón de ajedrez en un tablero de damas.
No encaja, y cae.

Su tiempo limitado, se le acaba, se le acaba… se le regala. Se le prorroga.

Claudia maúlla como los gatos. Ahora, deja el tiempo pasar… y gime por las noches con el cuello quebrado.
Muñeca fantasmal…

Claudia siempre sin nombre… anónima en su portal.


14.1.10
Idg



[Fotos: Google images]

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